BARBERÍA JESUALDO
¿Hipsters? Aquí no hay nada de eso. En este local no hay barberos con los brazos tatuados, dilataciones en los lóbulos y septum en la nariz. Ni entran tipos con tupés y degradados y pantalanes pitillo. Aquí no se trabaja “a la moda”.
Aún se ríen cada vez que recuerdan a aquel tipo que llegó con una fotografía en la mano y dijo “la quiero como este”. ¡Menudo panoli! el aspirante a cliente. Y el de la foto aún más, seguro que era artista. Josué lo persiguió por la calle hasta doblar la esquina. A los que salieron detrás para contemplar la escena desde el vano de la puerta, se les quedó grabada la persecución y, sobre todo, el filo de la navaja emitiendo destellos durante la carrera.
La barbería de Josué está obsoleta. Nada que ver con la del comencandelas de Samuel, dos cuadras más abajo, ¡el muy pendejo!, lo chivatea todo y el castrismo se la restauró, y ahora el negocio cuenta con luminarias, espejos nuevos, sillones originales de cuero, dos ventiladores que remueven el aire espeso de la vieja Habana y una fontanería remozada que permite tener agua casi todo el tiempo. La cuadra de los remozados, le dicen, pues también arreglaron la dulcería “Sasha” y el colmado de Yanaris, la gorda.
¡Eso es hablar cáscara!, ¡de comemierdas!, dice Josué empingao cuando algún coterráneo le deja caer eso de que la barba atrae a las mujeres porque relacionan el vello facial con virilidad. “La barba es sucia, de desaseado. No hay como una cara limpia y locionada”. “Además, aquí nos gusta todo bien rasuradito, ¿verdad niche?”, suelta entre risotadas, guiñándole el ojo al negro Ezequiel.
Josué maneja la navaja y las tijeras con la misma precisión que las palabras, nunca ha tenido problemas con las autoridades a pesar de que de su vetusto negocio la gente salga con aroma de Floyd y cuchicheo contrarrevolucionario. Quizá la Autoridad lo ha sabido siempre y le ha dejado hacer, a sabiendas del escaso recorrido de sus sarcasmos, su buen hacer profesional y el cariño de todo el barrio por él y por su padre, Jesualdo, que en sus inicios llegó a ejercer a la antigua usanza, de barbero arrancadientes y hacedor de sangrías. De aquella época tan solo queda la Barber´s Pole junto al rótulo de la entrada.
Pero Josué y el parroquiano Ezequiel cada vez que encuentran sus miradas ríen por dentro. Nadie les quitará la certeza de la autoría y el gozo del momento, que solo ellos conocen. Nadie sospecha de ellos. Y es que el negro Ezequiel y él fueron los que urdieron y ejecutaron desde la trastienda del local aquella llamada en la que, haciéndose pasar por Hugo Chávez, se mofaron del comandante hasta que éste soltó su célebre “¡mariconçón!”.