Otro día más oculta, obligada a permanecer invisible aunque nadie la buscase. Siempre lo había sabido pero no lo aceptaba. No podía aceptar que su libertad, su ingenuidad e incluso su inocencia, estaban desapareciendo de su vida. Ya no era capaz ni de mirar más allá de esos rincones que la enterraban cada día más, porque sabía que estaba siendo observada y juzgada. Todo se medía y se castigaba.
No entendía la medida de las consecuencias, ni entendía los motivos. Tapada y escondida. Y lo peor era el carcelero. La persona a la que más había querido en su vida y la que ahora más le endurecía el corazón.
Un soplo de aire le trajo los pocos recuerdos que tenía. Era demasiado joven para tener más. Todos los intentos por volver a la normalidad o a lo que ella quiso creer que era lo normal, habían sucumbido en su espíritu. No tenía fuerzas, no creía que esa lucha estaba hecha a su medida, al fin y al cabo, quién era ella. Solo una niña, una niña que no pedía más que acercarse a la ventana.