AL ALBA
Se acerca el día, y Alba lo sabe porque hace ya rato que los pájaros rondan su ventana. Ellos saben del amanecer. Desde su cama, a través de las mínimas rendijas que su madre siempre le deja cada noche, se filtra una luz intensa, caliente, de verano tardío y vuelta al colegio. Se acerca a ellas y mira la calle. Todavía guarda silencio. Suspira y con su aire se le mueven las pestañas hacia arriba. Le hubiera gustado retener la noche, alargar el verano, que los nervios no volviesen nunca.
¡Volver al colegio!, piensa con tristeza. Y en su desánimo pellizca hasta hacerle daño, la ansiedad. ¡Un nuevo colegio!, ¿hará amigas?, se pregunta, ¿y los profesores cómo serán?, ¿y el curso, será difícil?
Pese a la luz, y a estar despierta desde hace rato, pese a tenerlo todo preparado y estar vestida, para Alba no ha amanecido todavía. Cierra los ojos con fuerza, en señal de protesta, aunque nadie la ve. Después se recuesta de nuevo, dándole la espalada a la vida.
Afuera ya han comenzado a latir los primeros coches acelerados y su madre se ha despertado. La escucha cómo se acerca por el pasillo. No, ¡no quiere que amanezca!, ¡no quiere que entre!, ¿por qué ha amanecido tan temprano?
La puerta de su habitación se abre despacio, chirria. Su madre asoma la cabeza.
—¡Buenos días, tesoro!, —le dice risueña—, ¡hoy comienza el colegio!