Ya iban a demoler la vieja casona familiar. Buscando algún recuerdo que guardar, encontré, en el cajón del mueble tocador de mamá, un libro de tapas gastadas en cuyo interior una marchita rosa señalaba una página. En ella, bajo una fotografía en blanco y negro, se podía leer:
“En un lugar del norte del Chaco, unas figuras emergen del barro que se forma, con las primeras lluvias, en su hasta entonces seco cauce. En una lengua extraña, entonan unos himnos que atraen a las jóvenes del lugar y, tras copular con ellas, desaparecen hasta la siguiente estación”.
Al observar el retrato del siniestro coro, un rostro en la parte inferior llamó mi atención. Pese a estar un poco borroso, lo reconocí de inmediato. Levanté la mirada. El espejo del tocador no ofrecía lugar a la duda