Instintivamente, siento una atracción especial por los caballos. Me parecen seres de extraordinaria belleza, fieles, elegantes, inteligentes y capaces de grandes proezas. Creo que es una especie de obsesión innata, ya que desde que tengo uso de razón, los he sentido cercanos a mí. Los he buscado para acariciarlos, montarlos, pintarlos y últimamente, para fotografiarlos.
Sin embargo, nunca he sido consciente de esta especie de manía por retratar caballos, hasta que un día, me ocurrió algo extraño. Estaba revisando material antiguo, cuando sin ninguna razón aparente, me quedé atrapada por esta imagen. La imagen de la mirada oscura del caballo dirigida a mí. Sentí una especie de vínculo mágico, espiritual, algo que no sabría explicar porque ni yo misma lo entendía. Y mientras estaba abstraída, hipnotizada por la imagen del caballo, apareció una anciana que dijo venir a comprar un cuadro. La anciana me encontró con la foto entre las manos, miró la foto, me miró y luego como en trance, me contó una historia increíble.
Me explicó que su espíritu era un caballo blanco alado. Un pegaso fuerte y vigoroso. A veces su pegaso se apoderaba de su cuerpo y le transfería toda su energía. Me contó que cuando me vio por primera vez, notó una sensación repulsiva muy fuerte, la de mi caballo negro. Vio mi espíritu cabalgando a mi lado y se asustó. Un caballo negro, muy fuerte, sin control, salvaje y capaz de llevarme al abismo. Su pegaso se encabritó. Así que vino a buscarme para darme esta advertencia: “Mujer-libra, doma a tu espíritu antes de que él te dome a ti. Encuentra la paz y cabalga sabiendo que las riendas las llevas tú y no el ser salvaje que hay dentro de ti. Busca en tu interior, mira a los ojos de tu caballo y háblale. Susúrrale con cariño y dile que le necesitas, que lo buscas sin descanso, pero que sólo te tendrá, cuando se haya calmado.”