Nací en Perú, justo donde nace el grande y poderoso Amazonas. No conocí a mi madre, pero él me hizo feliz, me colmó de belleza, me enseñó a comer, me enseñó cosas de la vida, hasta me regaló branquias para que pudiera vivir dentro de él. Me acostumbró a jugar con mis piernas, mis brazos. Los que se recreaban mirándome desde la costa nunca verían mi rostro.
Vi con mis ojos acostumbrados al marrón de sus aguas, a los peces y animales más sorprendentes que existieran, las plantas con luz propia iluminaban mi camino.
En sus días de juego conmigo hasta me hizo surfear con la gran ola “Pororoca”, qué fuerza, cuánto ruido; el cielo caía sobre nosotros. Viajé junto a barcos de recreo, me llamaban de mil maneras, querían ver mis ojos, mi pelo, pero yo solo saludaba y me iba.
El último recuerdo que registra mi mente es la gran crecida, que ocurrió en un verano atípico, cien días lloviendo noche y día. Fue la primera vez que mi gran Amazonas no me mimaba, no me trataba con dulzura, zarandeaba mis piernas, mis brazos, mi cuerpo con tanta fuerza que llegué a tener la triste experiencia de llorar, de mis ojos salía agua salada y mi corazón se asustaba cada momento más. Sentí un golpe brusco en mi cabeza, iba sin ofrecer resistencia río abajo.
Siento junto a mí murmullos, gente que se extraña, estoy semihundida en una playa de arena gruesa, con mucho frío, el sol no me calienta, mis branquias están secas, me cuesta respirar, y vuelvo a llorar.
I was born in Peru, just where the huge and powerful Amazon River begins. I didn’t know my mother, but it made me happy, it filled me with beauty, it taught me eating, it taught me issues of the life, until it gave me gills as a gift so that I could live in it. He accustomed me to play with my legs, with my arms. Those that enjoyed watching me from the coast would never see my face.
With my eyes used to the brown waters, I saw the most surprising fishes and animals existing, the plants that illuminated my way with their own light.
In the days playing with me it made me even surf the big “Pororoca” wave, how strong, how much noise; the heaven fell down over us. I travelled next to recreation boats, they called me in many ways, they wanted to see my eyes, my hair, but I just waved to them and departed.
The last memory in my mind is the big rise that happened in an atypical summer, one hundred days raining all day and night. It was the first time that my big Amazon didn’t pamper me, didn’t treat me lovingly, shook my legs, my arms, my body so strongly that I had the sad experience of crying, salted water falling from my eyes and my heart becoming more and more scared.I felt a sudden shock on my head; I went down the river without resistance.
I feel whisperings close to me, people surprised, I’m half-sunk in a beach with thick sand, very cold, the sun does not heat me, my gills are dry, it’s hard to breath and I cry again.