La primera vez no le di importancia: una imagen borrosa que asomó un instante, como el parpadeo de una lámpara fluorescente, una ventana que se cierra de golpe, un recuerdo que no podemos situar. Restos de un sueño, pensé.
Pero, con el paso de los días, empezó a aparecerse con más frecuencia. Me acechaba, se agazapaba tras una esquina para asaltarme en el momento menos pensado. Y no conseguía adivinar qué ocultaban aquellas sombras.
Por fin lo he visto con claridad. Con el pelo revuelto y barba de varios días, un cigarrillo le colgaba del labio mientras otro todavía humeaba en el desbordado cenicero. Me miraba fijamente a través de la hoja en blanco que, tan paciente, aguardaba en su vieja Olivetti.