Espalda mojada
La Historia está llena de espaldas mojadas.
Escapistas, fugitivas, cigarrillos a medio apagar
y retornos inconcretos.
Puede que el calor tenga que ver con el agua;
creo que más bien tiene que ver con su falta.
La espalda mojada no cuenta nada nuevo:
la lujuria, el sudor, las ganas, el ombligo a tres noches vista...
Duele verse envuelto en un deseo que quema por dentro
y llenar el vaso, otra vez, de absenta del desierto.
La Geografía consigue atar cabos en el mapa:
Guayaquil, Nairobi, Algeciras, Estambúl, Alepo.
Puedes comprarte el álbum de las guerras
y nunca terminarás tu colección.
Siempre hay una más, cuando creías terminar el libro.
Tu mano está por llegar; tu discurso, no:
te voy a querer más que a un Sol,
te voy a cuidar, te voy a pintar de azul
todas tus mañanas, te voy a besar
sin mirar al reloj, te voy a buscar
todos los puntos suspensivos,
te voy a dislocar la pena,
te voy a...
La espalda mojada es el respaldo de un pelo largo y liso,
también húmedo de tantas mañanas chorreantes.
La cintura te resume el ansia y más abajo,
donde la tarde se vuelve atardecer,
puede que tengas una llave de encuentro.
Pero es mejor hacerse a la idea:
la espalda se aguanta sola,
aunque no la veas, aunque te soslaye,
aunque te parezca la rayuela de la amante perfecta:
ella no mira atrás, no cobra en recuerdos,
siempre domina el mundo,
en su turgente y silenciosa
mirada
al frente.