LA FOTO MÁS QUIETA DE TODAS
Manuela, arrojada desde su balcón.
Rojo vestido, a medio ver.
Un maniquí la contempla.
La lámpara parece girar pero no:
también está quieta. Quietísima.
Hay fotos que parecen cine.
Luz en movimiento.
Pero ésta, NO.
Ésta es una foto inmóvil.
Demasiado cruda para mí.
Me sugiere tantos fines....
Se paró el escultor en el cuello del maniquí de plástico.
Se paró la corriente en la lámpara colgada del techo frío.
Y se paró Manuela, se quedó quieta
cuando tanto le quedaba.
Cuelgan a los lados sábanas de papel.
O son alfombras con garabatos.
O un tapiz desgastado.
Por babor, mirando de frente,
se presenta una farola sin talle.
Sale de la piedra, sin estilo,
basta y vulgar, con un hilo negro
que la conecta al mundo.
Creo que amanece. Por la luz.
Creo que también atardece. Por la luz.
Feas humedades en techos oxidados
hacen las veces de encuadre de la escena.
Me da mucha pena, Manuela.
¿Cómo?
¿Quién? ¿Por qué?
¿No te das cuenta que tanto pelo
es demasiado para tanta tristeza?
Se paró el escultor en el cuello del maniquí de plástico.
Se paró la corriente en la lámpara colgada del techo frío.
Y se paró Manuela, se quedó quieta
cuando tanto le quedaba.
Alguien, algún día, le pondrá nombre a este balcón.
"La foto más quieta del mundo".
La más triste o la más bella.
La que vemos de vez en cuando, por azar o por esfuerzo.
Una maravilla. Un talismán. Un recuerdo de muchos recuerdos.
En fin, Manuela, ya sabes:
La foto más quieta de todas. Tu foto.
Tu luz en mis dedos
hoy, que amanece de nuevo.