URRITZ
“En el gaztetxe éramos una gran familia. Nos habíamos organizado para recuperar ese edificio no sólo para nosotros que buscábamos un lugar donde vivir, sino también para la gente, para los vecinos a quienes logramos convencer de nuestro proyecto” me cuenta Urritz orgulloso de haber revitalizado un espacio que estuvo durante mucho tiempo sucio y deshabitado y que se convirtió en poco tiempo en un centro cultural limpio y de mucha actividad.
“Aquí enseñábamos a los chicos a pintar, a hacer malabares, a recitar poesía. También hacíamos euskera para gente más grande. Yo empecé a dar clases de música, primero con la flauta y luego la guitarra. No sabía sacar más que tres o cuatro acordes pero poco a poco con los muchachos hicimos nuestras particulares versiones de Clash, Ramones y Sex Pistols. Hasta a mi amatxu le gustaba” relata mi colega con quien compartí varios conciertos vespertinos en el hoy clausurado gaztetxe.
“Mira ahora cómo está: otra vez abandonado, derruido, sin vida. Lo demolieron para construir un edificio de viviendas y la crisis los aniquiló. Ni si quiera pudieron empezar las estructuras. Los chicos del barrio seguro que ahora pierden el tiempo en las consolas y el Internet. A los políticos les interesa un carajo la cultura. Mientras tengan idiotizada a la gente mejor para ellos. No hay espacio para el pensamiento, para la creación, para el arte. Así no habrá futuro” se lamenta Urritz que cambia su vivaracha expresión por una de rabia contenida.
Hace unos meses se le diagnosticó a su madre una enfermedad crónica; desde entonces Urritz ha vuelto a vivir con ella en la casa que tiene a solo unas manzanas del antiguo espacio artístico. “Mi amatxu está bien, pero tengo que estar cerca por si acaso. Yo diría más bien que nos cuidamos mutuamente. ¿Has visto ese grafiti de Bansky donde una madre le arregla el pañuelo al punki? Igualito. Estos chupetes me los cosió ella por ejemplo. Dice que es para que los críos no se asusten de mis piercings. A mis colegas les ha flipado”.
Le pregunto si ha encontrado otro lugar para continuar con el proyecto cultural. “Tenemos uno en mente que pertenece al ayuntamiento y que está sin utilizarse desde hace años. Hemos tratado de ir a las buenas pero los de siempre no nos quieren hacer caso. Hay planes pero mejor no te cuento más por tu eres un poco bocazas. Mejor me despido antes que me tires más de la lengua” me dice dándome un abrazo. Se da la vuelta, camina con las manos en los bolsillos y mientras dobla la esquina le escucho silbar “Walk on the wild side” de Lou Reed.
---------------------------------
URRITZ
“We were a great family in the gaztetxe (squatter). We had organised to recover this building, not only for us searching a place to live, but also for the people, for the neighbours that we managed to convince about our project”, says Urritz, proud of bringing to life again a space that was dirty and empty for a long time, that became very soon a clean cultural centre with much activity.
“We taught the kids how to paint, juggle and recite poems. We also taught Basque language to oldest people. I started delivering music lessons, with the flute first, then the guitar. I was barely able to obtain three or four chords, but little by little I and the kids made our special cover versions of The Clash, Ramones or Sex Pistols. Even my mum loved it” told my colleague with whom I shared some evening concerts in the already closed gaztetxe.
“Look at it now: abandoned again, destroyed, dead. It was demolished to build a house and the crisis killed them. They couldn’t even start the frame. The neighborhood kids lose their time with games consoles and Internet, for sure. Politicians don’t give a damn about culture. They benefit from having people stupefied. There is no room for thought, for creation, for art. This way there’s no future” Urritz complains, turning his vivacious look into a controlled anger.
Her mother was diagnosed with a chronic disease; since then Urritz lives again with her in the house just a few blocks away from the old artistic space. “My mum is fine, but I must be near just in case. I would say that we take care of each other. Have you seen that graffiti of Bansky with a mother adjusting the scarf to a punk? The same. She sewed me this dummies, for instance. She says that this way the kids don’t get scared with my piercings. My colleagues are gobsmacked”.
I ask if he has found some other place to continue the cultural project. “We have one place in mind that belongs to the town hall and hasn’t been used for years. We’ve tried to do it amicably but the same people as usual don’t want to pay attention to us. There are plans but I’d rather not say as you are a little bigmouth. I’d rather go before you make me talk” he says embracing me. He turns back, walking the hands in the pockets and I hear him turning round the corner and whistling Lou Reed’s “Walk on the wild side”