Lo primero que veo es carne. Carne y un poco más...
Carne es, ese cráneo maduro, lamido con vello de recién nacido; que me recuerda un instante, al respaldo de una silla de flores.
Carne es, ese olor a vientres y pliegues conocidos, cual cuando no está nublando mis ojos, se está meneando por los aires, cómplice del polvo chivato, hasta que vuelva a acosar cada pelo de mis narices.
Carne es, esa voz que prometió volver a dentro, mientras sus hombros ya seduciendo al sol, defraudaban a la puerta, y todo lo que quedó atrás.
Esa voz, salida de esa hermosa garganta, que acaricia firmemente los párpados de uno, y luego se clava en los huesos de su cara.
Carne es, esa montaña, cuyos bultos morados, se hinchan como pezones resfriados, abandonados a la lucha insatisfecha de la luz y las nubes.
Y carne es, la espalda translúcida de esa ola, cuya cabeza,
buscando los pies, derrama sus sesos en espuma arenosa.
Carne es, ese secreto, cuyas millones de manecillas, a veces palpan mi corazón con húmeda y cálida timidez; o se rompen en falanges secas y frías contra mi mente.
Ese secreto que me quiere revelar tu hogar...
¿Dónde estás?
¿En mis muslos? ¿ En los átomos del último pensamiento?
¿En los labios de ella? ¿O en la ternura de éste?
Quiero sentarme en tu carne. Ir rechazando e inhalando continuamente los restos.
Quiero sentarme en tu carne, y un poco más...