Dana llevó varias sesiones sentada frente al pintor que su familia había contratado para retratarla.
Lo contemplaba dibujar suavemente cada trazo, ensimismado en su trabajo. Su corazón se agitaba frente a él, esta nueva sensación la emocionaba, le resultaba placentera, inquietante.
Le pidió que soltara su cabello. Se detuvo por un momento entre la sorpresa y la duda, de sus 25 años al menos hacia 19 que lo usaba recogido, por la noche cepillaba su oscura cabellera y por la mañana al levantarse volvía a sujetarla. No se atrevió a negarse.
Cada instante frente a él la hacía dudar, era de esas mujeres que siempre hicieron lo correcto, su padre era un hombre rígido, impasible. Ella jamás se permitió contrariar sus exigencias ya que sabia que era inexorable como pocos.
Por primera vez la incomodidad del régimen en el que vivía la estaba ahogando. Se sentía atraída hacia un hombre al que su familia vería inaceptable. Como podría enamorase de un pintor, que toca el saxo por placer y que además la duplica en edad. Un hombre que ni bien terminara su retrato se iría a la costa a pintar playas, océanos y atardeceres junto al mar.
-Sabes Dana-, le dijo aquella vez , con una voz grave que acaricio el silencio, - jamás me costó tanto pintar una mirada, cada vez que vienes debo retocarla, pareciera que tus ojos han ido cambiando la manera en que miras el mundo, cuando creo que la he terminado llega otro jueves y ya no está igual. Me quedaré hasta terminarlo, mañana a la noche salgo para la costa, me contactaron por unas pinturas y planeo preparar una muestra -.
Dana se heló, como extrañaría el olor a trementina que embriagaba ese espacio, el contacto de su mirada cuando trazaba con el pincel su rostro sobre el lienzo, con voz entrecortada le preguntó como era la costa, sólo con el deseo de escucharlo una vez mas. -Nada más imponente e impetuoso que el mar, ver caer el sol sentado en su orilla, uno se nota tan pequeño ante un horizonte tan inmenso, ante un espectáculo tan maravilloso, es una sensación inxeplicable, como en el amor hay que vivirlo para saber que se siente, ¿porqué no vienes? - preguntó - sólo debes traer algo de ropa cómoda la pasaremos en la playa - Dana no respondió.
Pedro terminó el cuadro que como aún estaba húmedo dejaría encargada la entrega a su hermano en unos días. La despidió con un beso en la mejilla y le dijo - hasta las 21hs de mañana estaré aquí por si te decides a acompañarme- siguió parado en el umbral de su casa hasta que vio el auto de Dana doblar la esquina.
Aquel viernes por la tarde Dana se puso el short que había comprado esa mañana, dejó en los zapatos la pesadumbre de sus rígidos pasos, con la espalda desnuda de calvarios, con la mirada puesta en él, en ese hombre que le cambió el destino hacia la costa, salió de su casa.
Cada tanto escribe alguna carta, no cuenta mucho, dice que está feliz, que la enamoran algunas cosas, como caminar por la orilla, que la tibieza de la arena le suba por el cuerpo, saltar entre las olas mientras su cabello marca el paso del andar del viento.