La verdad es que nunca supe su nombre, pero oí que los muchachos le decían “El músico”. Yo sólo lo vi aquella vez. Llegó a la oficina, murmuró un buenos días y se encerró en la sala de al lado.
Vestía elegante, de saco y corbata, y unos zapatos de piel fina que costarían una buena plata. Pero lo que más me llamó la atención fueron sus manos, casi de mujer, con dedos largos y las uñas inmaculadas, como recién salidas de la manicura.
Yo no sé qué instrumentos llevaría “El músico” en su estuche de cuero marrón. Pero a los tres minutos ¡cómo cantaban los tipos que habíamos detenido la noche anterior!